Over the past three decades of his association with Munich-based ECM Records, Argentine bandoneón virtuoso Dino Saluzzi has built a new home, but through his output on the label has traced so far back down his old roots that with El Valle de la Infancia (The Valley of Childhood) he might at last have reached the center of the earth. Playing once again with his “in-house” band, last heard with slightly different personnel on 2006’s Juan Condori, he emotes seamlessly with brother Felix on reeds, son José on guitars, and nephew Matías on electric and upright bass. Guitarist Nicolás Brizuela and percussionist Quintino Cinalli round out the extended family portrait. As ever, Dino’s humble beginnings (his father worked on a sugar plantation and played the bandoneón in his spare time before becoming a noted composer himself) manifest themselves in every note, and he credits them with freeing his creative approach. Dino’s mastery is thus so organic that to name it as such barely renders a sketch of his capabilities, as evidenced by this latest excursion. As it turns out, the valley of his childhood is a bountiful place to be.
The program of Infancia juxtaposes standalone pieces alongside compact suites, all of which blend into a meta-narrative dotted by contemplative pauses. At its core, the music (mostly by Dino himself) thrives on warm, impressionistic feelings, so that whenever the band does cohere, the effect is dazzling. “Sombras” welcomes new listeners to one of the most recognizable sounds in all of modern South American music, and old listeners to a familiar, paternal squeeze of the shoulder. The title means “shades” and connotes a mission statement Dino has been crafting since he first laid hands on bellows. His bandoneón exhales magic so potent and with such familiarity, one would swear to have been born in the presence of its melodies. After an intimate introductory sweep, José’s guitar (occupying the mid-left channel) opens its currents and inspires Father Saluzzi to low-flying surveys. Cinalli’s brushed drums (there’s nary a stick to be discerned on the album) lighten the weight of their memory.
Biological linkages strengthen in “La Polvadera” and “A mi Padre y a mi Hijo” (For My Father and Son), each a coming together of such thematic clarity as to whisk the heart away on a cloud. Brizuela’s picking (mid-right channel) contrasts verdantly with José’s nuanced flutter and sway. The two guitarists combine beautifully over butterfly-kissed snare and cymbals in “Churqui.” Cinalli’s rhythmic details make the scenography all the more believable. His patter may be that of rain one moment, the next of a magician who excels in misdirection.
The album’s mini-suites usher in colors from adjacent plains, where crops give way to the tilling of a new generation. Ranging from two to five parts each, the suites cover a range of emotional stirrings and interpret tunes by a handful of late Argentine folk singer-songwriters among Dino’s own. Moods vary accordingly. From the dissonant rainforest activity and droning resolution of “Urkupiña” to the guitar-driven medley that is “La Fiesta Popular,” motifs find their way through thickest forest and driest riverbed alike. Even “Tiempos Primeros,” which nods deepest toward folk traditions, balances images of sleeping and waking in the final curlicue of wind.
The tripartite “Pueblo” captures the band at its purest shade yet. Its introductory guitar solo (“Labrador”), written and played to angelic perfection by José, preludes a nocturnally realized “Salavina,” the most famous zamba (not to be confused with samba) of Mario Arnedo Gallo (1915-2001). The subtle unity forged therein carries over into Part III, the quietly majestic “La Tristecita” by Ariel Ramírez (1921-2010). As throughout the album, each instrument holds its own in equal measure, serving the depth of restraint over the allure of drama. That said, Felix’s tenor casts an inescapable spell: jazzy, gritty, and tasting of soil. All of which labors to remind us that even the most ethereal prisms of art extract their light from the embers of that which came before. Tyran Grillo
El título apela a la primera memoria, a un territorio abonado a la nostalgia, algo que el bandoneonista ha frecuentado cuando no entregado directamente al sentir melodramático. Pero pese a su apellido de origen italiano, algo que marca carácter al fundirse cerca de la Pampa, dicen, Saluzzi es un argentino raro, de pocas palabras y nada amigo de la retórica. Y si apuran, un creador cuya obra no está circunscrita ni acotada por el tango ni mucho menos por los fotogramas de Jean-Luc Godard, cineasta fundador de La Nouvelle Vague que ha incorporado la música de Saluzzi en sus imágenes más que de ningún otro artista ECM.
Saluzzi es de Campo Santo, en la región de Salta, “la reserva” de los indígenas argentinos situada en la frontera entre Bolivia, Paraguay y Chile. Allí tuvo una infancia humilde y luminosa, contaba en una entrevista, pese a ser, o quizá por ello mismo, un lugar apartado de la civilización, sin luz eléctrica ni muchos medios técnicos. Salta está en un valle, el de la infancia de nuestro músico. En él creció y en el se han hecho posible, como sucede en el valle de la otra Infancia de Egberto Gismonti, el encuentro entre músicas académicas, jazz y folclore autóctono. Por eso a Saluzzi se le puede ver con Enrico Rava (Volver, 1986) o Charlie Haden (Once Upon a time, 1985), con el Rosamunde Quartet (Kultrum 1998) o Anja Lechner (El Encuentro, 2010) y con un conjunto típico como intenta serlo aquí y en Mojotoro (1992).
Saluzzi y Gismonti, dos autores latinoamericanos que llevaron su música, como Piazzolla o Villalobos antes, a las alturas de los grandes teatros. Aunque El Valle de la Infancia no pretende llegar ahí, ni mucho menos. Es este un disco dividido en varias suites (también lo era el del brasileño al que siguió Música de Sobrevicênçia) en las que se intenta narrar una pequeña historia, describir unos instantes, acaso dibujar una paisaje humano y natural que ya no existe. «Pueblo», «La Fiesta Popular», «Tiempos Primeros» son como capítulos de una memoria escrita que cobra vida en sonidos.
Estas estampas de felicidad, de sonrisa infantil, de vida que crece en un ambiente humilde y solidario, nos devuelven al mejor Saluzzi, como si conversara en solitario, como en sus discos Kultrum (1983) o Andino (1988), el músico y su grupo (casi toda su familia) nos invita, con la voz amiga y cálida de la guitarra, a un viaje lleno de vitalidad, color y verdad. Lejos del ruido de Buenos Aires, del tango porteño y rioplatense, dentro del folclore y las imágenes perdidas en un valle fértil.
Un trabajo cálido y espotáneo, que huye de la pesadrumbre y se sumerge en una mirada tierna y contemplativa sobre el folclore y la pertenencia a un lugar, a mitad de camino entre Kultrum y Mojotoro, en la esencia. Jesús Gonzalo / tomajazz.com
Dino Saluzzi forma parte de la privilegiada estirpe de maestros que alcanzan el virtuosismo desde el autoaprendizaje. El inició de la relación de Saluzzi (Salta, Camposanto, Argentina, 1935) con el bandoneón se remonta a temprana edad de 7 años en una región aislada de Argentina -hijo del popular compositor e instrumentalista Cayetano Saluzzi-, un espacio donde la música es una necesidad vital como el trabajo mismo, una población donde no había posibilidad de contaminaciones externas a través de los discos porque sencillamente no llegaban. Desde su infancia el instrumento le ha acompañado siempre. Buenos Aires sería la gran urbe donde tocó y se desarrolló como músico. Desde la década de los setenta ha editado trabajos propios y ha tocado junto a los grandes artistas de la música instrumental contemporánea como Tomasz Stanko, Ralph Towner, Pat Metheny,… Tras una larga discografía siente añoranza de sus orígenes y va a buscarlos musicalmente de una manera melancólica. Ha grabado diversos géneros, desde la zamba hasta el carnavalito y la chacarera, también está muy presente las músicas de Buenos Aires. Le acompañan miembros de su propia familia: José Maria Saluzzi (guitarra clásica y requinto), Nicolás “Colacho” Brizuela (guitarra clásica), Félix “Cuchara” Saluzzi, Matias Saluzzi (bajo eléctrico y contrabajo) y Quintino Cinalli (batería y percusión). Exquisito, alejado de estridencias e impregnando de melancolía. - lossonidosdelplanetaazul.com
Tracks
01. Sombras (Di Saluzzi)
02. La Polvadera (Dino Saluzzi)
03. Pueblo·Part I – Labrador (José M. Saluzzi)
04. Pueblo·Part II – Salavina (Mario Arnedo Gallo)
05. Pueblo·Part III – La Tristecita (Ariel Ramírez)
06. A Mi Padre Y A Mi Hijo (Dino Saluzzi)
07. Churqui (Dino Saluzzi)
08. Urkupiña·Part I – Salida Del Templo(Dino Saluzzi)
09. Urkupiña·Part II – Ruego, Procesión Y Entonación (Dino Saluzzi)
10. La Fiesta popular·Part I – La Danza(Dino Saluzzi)
11. La Fiesta Popular·Part II – Galanteo (Dino Saluzzi)
12. La Fiesta Popular·Part III – La Perseguida (Dino Saluzzi)
13. La Fiesta Popular·Part IV – Atardecer (Dino Saluzzi)
14. La Fiesta Popular·Part V – En La Quebrada De Lules (Dino Saluzzi)
15. Tiempos Primeros·Part I – La Arribeña (Atahualpa Yupanqui)
16. Tiempos Primeros·Part II – La Casa Paterna (Dino Saluzzi)
DINO SALUZZI bandoneon
NICOLÁS "COLACHO" BRIZUELA classical guitar
JOSÉ MARÍA SALUZZI classical guitar, requinto guitar
QUINTINO CINALLI drums, percussion
MATÍAS SALUZZI electric bass, double bass
FÉLIX "CUCHARA" SALUZZI tenor saxophone, clarinet
Recorded March-May 2013 at Saluzzi Music Studio, Buenos Aires
ECM Records – ECM 2370 (Germany)